Comentario
Antes ya de la I Guerra Mundial, Japón y China, parecían liberadas definitivamente de las ambiciones hegemónicas del colonialismo europeo. Eran sin duda la excepción en Asia y África. Pero su ejemplo iba a ser paradigmático. En concreto aquella victoria de Japón sobre Rusia en 1905 -primera victoria militar de un país asiático sobre un país europeo en la época moderna- sacudió la conciencia nacional de los pueblos o colonizados o mediatizados por Europa, particularmente en Asia. Propició, de una parte, la aparición de movimientos nacionalistas (o los reforzó si ya existían) en la India, Indochina, Birmania e Indonesia, donde en 1908, por ejemplo, nació la asociación nacionalista Budi Utomo y en 1921, el partido Sarekat Islam, asociación musulmana y nacionalista que pronto tuvo miles de afiliados. De otra parte, el ejemplo japonés fue decisivo para las revoluciones nacionalistas que estallaron en Persia en 1906 -que obligó al Shah a promulgar una Constitución y reunir el primer Parlamento persa en la historia-, en Turquía en 1908 y finalmente, como acabamos de ver, la misma revolución china de 1911.
Además, habían surgido ya otras manifestaciones político-intelectuales que revelaban que la conciencia de nacionalidad estaba arraigando decisivamente en los pueblos colonizados. En Egipto, el nacionalismo político comenzó a renacer a finales del siglo XIX: en 1907, Mustafá Kamil creó el Partido del Pueblo, primer núcleo del nacionalismo moderno que pronto encontraría su gran líder en Saad Zaghul (1860-1927). Un intelectual iraní allí establecido, Jamal al-Dih al-Afghani (1839-97), llamó a la purificación del Islam, a un retorno a su carácter original como fundamento del panislamismo unitario de todos los musulmanes, concepto que empezó a usarse en la década de 1880. Al tiempo, el mufti (especie de juez y autoridad religiosa islámica) Mohammed Abdou (1849-1905) fue exponiendo en sus enseñanzas en la universidad musulmana de El-Azhar, en El Cairo, sus tesis sobre la actualización del Islam a través de su integración con la ciencia occidental, también desde la perspectiva de lo que tenía que ser una respuesta nacional árabe tanto a la dominación europea como a los viejos absolutismos islámicos, ideas que tendrían gran influencia en todo Oriente Medio. Un sirio exiliado en Egipto, Abdul Rahman al-Kawakibi, publicó en 1901 un libro, Las excelencias de los árabes, en el que argumentaba que el resurgimiento del Islam habría de ser obra de los árabes, y no de los turcos, factor principal de su declive. Iban, pues, tomando cuerpo dos ideas esenciales: la idea de que "el despertar de la nación árabe" (por usar el significativo título del libro que en 1905 escribió Neguib Azoury, un escritor cristiano-árabe) exigiría la liberación del yugo otomano, una convicción que iría extendiéndose a medida que la revolución turca de 1908 derivase hacia una dictadura militar y ultraotomana; y la idea de que el retorno al carácter prístino del Islam -debidamente actualizado- posibilitaría la reafirmación de los árabes en la historia. En 1910, se fundó en Túnez Tunis al-Fatat, partido de la joven Túnez, precedente de posteriores movimientos nacionalistas. En 1911, nacionalistas árabe-sirios crearon en París el Jami'at al -Arabiya al-Fatat, Sociedad joven Árabe, que iba a tener influencia duradera.
En la India, donde desde principios del siglo XIX existían excelentes instituciones de educación superior de tipo occidental, bien creadas por Inglaterra, bien por hindúes y musulmanes, y donde el Imperio había generado una amplia clase media culta y relativamente acomodada, políticos, intelectuales, funcionarios y profesionales liberales crearon en 1885 el Congreso Nacional de la India, un partido político que aspiraba a la implantación gradual de formas de auto-gobierno que condujesen, tras la independencia, a una India constitucional, parlamentaria y democrática. La decisión en 1905 del virrey Curzon de dividir Bengala, uno de los centros del nacionalismo indio, en dos provincias, una mayoritariamente musulmana (en su día Bangladesh) y otra hindú, provocó grandes protestas de masas y la aparición en el Partido del Congreso de un ala radical liderada por Bal Gangadhar Tilak (1856-1920), erudito, periodista y político de prestigio, que recurrió a formas extremistas de oposición incluido el terrorismo. La mayoría del Congreso, no obstante, se mantuvo en sus concepciones gradualistas y moderadas y ello favoreció que Gran Bretaña -que reprimió con extremada dureza la agitación extremista- buscase formas políticas de atracción y conciliación. En 1909, aceptó la formación de parlamentos electivos regionales, primer paso efectivo hacia el autogobierno y un reconocimiento, por tanto, de la realidad "nacional" de la India. La política en la India se hacía cada vez más compleja. En 1906, dirigentes musulmanes del país -a cuya cultura propia habían dado voz y nuevo sentido líderes religiosos, escritores y poetas como Muhammad Iqbal- crearon la Liga Musulmana. El movimiento se limitaba inicialmente a la defensa de los intereses de los musulmanes (unos 70 millones por entonces) en una futura India autónoma o independiente, e Inglaterra pudo incluso usarlo como contrapeso al nacionalismo hindú. Con el tiempo, sin embargo, la Liga iría deslizándose hacia la definición de un nacionalismo musulmán separado que cristalizaría en torno al concepto de "Pakistán, país de los puros", acuñado ya en la década de 1930.
Pero fue la I Guerra Mundial el acontecimiento que, subvirtiendo el orden colonial, iba a constituir el catalizador del despertar nacionalista de los pueblos de Asia y África. Todavía en aquella contienda los grandes imperios -Gran Bretaña, Francia- pudieron usar numerosos contingentes de tropas coloniales: australianos, neozelandeses, árabes, canadienses, indios, nepalíes (los gurkhas), sudafricanos, senegaleses, argelinos, combatieron con lealtad junto a sus respectivas metrópolis. La batalla de Gallípoli, la guerrilla árabe de Lawrence y la figura del general sudafricano Smuts -miembro del gabinete de guerra de Londres y uno de los fundadores de la fuerza aérea británica- fueron los símbolos de aquella cooperación (si bien, Francia tuvo que hacer frente a sublevaciones en el sur de Túnez, hubo también insurrecciones antibritánicas en Egipto, en 1915 estalló en Nyasalandia una rebelión dirigida por el ministro cristiano africano John Chilenhwe y en Libia continuó la resistencia a la ocupación italiana).
Fueron varias las razones que explicarían el cambio que se produjo desde 1919: primero, la afirmación de los principios de autodeterminación y nacionalidad como fundamento del nuevo orden internacional representado por la Sociedad de Naciones; segundo, la decepción que en el mundo colonial produjo la ampliación de los dominios coloniales de Gran Bretaña y Francia a Oriente Medio bajo la forma de los "mandatos", reemplazando al antiguo poder otomano; tercero, la aparición de una nueva generación -culta y bien educada- en el mundo colonial, resultado precisamente de la propia obra colonial (que en general, potenció la educación superior de las elites de los pueblos colonizados); cuarto, el impacto de la revolución soviética de 1917 y la labor de la Internacional Comunista en apoyo de la lucha anticolonial, explicitada en el llamado "congreso de los pueblos oprimidos" celebrado en Bakú en septiembre de 1920; quinto, la necesidad de las propias potencias coloniales de establecer nuevas formas de organización de sus dominios, como consecuencia de los crecientes costes de las administraciones imperiales y de las grandes dificultades militares que conllevaba la propia defensa del Imperio (lo que fue particularmente evidente en el caso de Gran Bretaña, donde la idea dominante vino a ser la transformación del Imperio en una "confederación de Dominios autónomos", oficialmente proclamada en el Estatuto de Westminster de 1931).
Como quiera que fuese, los poderes coloniales se encontraron a partir de 1919 con una creciente oposición. En la India, el gobierno inglés había prometido en 1917 "la implantación progresiva de un gobierno responsable". En 1919, aprobó la Ley del Gobierno de la India que, de acuerdo con el informe preparado el año anterior por Montagu, el ministro para la India, y lord Chelmsford, gobernador general de ésta entre 1916 y 1921, remodelaba la administración del territorio sobre la base de la diarquía: se concedía autonomía política y administrativa a las provincias y estados, y se creaba un sistema bicameral nacional (en parte elegido, en parte designado), pero el Virrey y la administración británicos continuaban reteniendo el poder ejecutivo e importantes funciones (policía, justicia, finanzas). Era, evidentemente, un nuevo paso hacia el autogobierno de la India. Pero, como indicación del cambio que. se estaba operando, el Partido del Congreso, dirigido desde 1915 por Gandhi (1869-1948), un antiguo abogado que durante su estancia en Sudáfrica entre 1893 y 1914 se había distinguido por su lucha en favor de los inmigrantes indios, consideró la nueva ley como muy insuficiente y escaló la política de confrontación en favor de la independencia. La terrible masacre de Amritsar, la capital del Punjab, donde el 13 de abril de 1919 un total de 379 personas resultaron muertas y más de 1.000 heridas cuando tropas gurkhas mandadas por el oficial británico R. H. Dyer abrieron fuego contra una multitud congregada pacíficamente en una plaza, había marcado el final de todo posible entendimiento.
Como respuesta, Gandhi promovió su primera gran campaña de "desobediencia civil y resistencia pasiva", que mantuvo hasta 1922. La agitación, no siempre pacífica (en Bengala hubo una intermitente actividad terrorista entre 1923 y 1932), se extendió por gran parte de la India. El problema indio, personificado en las distintas huelgas de hambre que Gandhi mantuvo como desafío al gobierno (en 1922, 1930, 1933 y 1942) y en sus nuevas campañas de desobediencia civil, reemplazó al problema irlandés como primera preocupación británica, sin que los distintos gobiernos ingleses encontraran solución. Significativamente, en la novela Pasaje a la India que E. M. Forster publicó en 1924, no había ya aquella visión romantizada de la India abigarrada, caótica y fascinante que a principios de siglo había inspirado la magnífica prosa de Kipling (su gran novela, Kim, apareció en 1901). Forster denunciaba los prejuicios raciales y la vulgaridad de la colonia británica, la contrastaba con la espiritualidad y el refinamiento de la India y ponía de relieve las dificultades que hacían casi imposible el entendimiento entre los dos pueblos.
En 1927, el gobierno Baldwin creó una Comisión especial, presidida por el político liberal sir John Simon y por el dirigente laborista Clement Attlee, para que informase sobre el estado político de la India. El Informe Simon, boicoteado en la India porque en la Comisión no había representación hindú, propuso la concesión de autonomía para las provincias, aunque rechazó la idea de un gobierno parlamentario para todo el país. En 1930, Gandhi lanzaba su segunda gran campaña de desobediencia civil, "la marcha de la sal", una marcha en la que Gandhi dirigió a sus cientos de miles de seguidores hacia el mar a lo largo de 320 kilómetros para protestar contra los impuestos británicos sobre la sal. Como consecuencia, el gobierno reunió en Londres (1930-32) las Conferencias de la Mesa Redonda, un total de tres, a la segunda de las cuales, en septiembre de 1931, asistió el propio Gandhi -y también el líder de la Liga Musulmana, M. A. Jinnah (1876-1948)-: en 1935, se aprobó la nueva Ley del Gobierno de la India, que entró en vigor en 1937 y creó asambleas legislativas de elección plenamente democrática en los 14 estados que integraban la India británica (los preveía también para los casi 700 principados y reinos autónomos que completaban la estructura política del continente, pero esto no se llevó a la práctica). La Ley llegaba tarde. El Partido del Congreso, cuya ala izquierda encabezada por Jawaharlal Nehru y Subas Bose reclamaba desde los años veinte la plena independencia, ganó las elecciones en siete de los catorce estados. El lema con que Gandhi definió su última campaña de desobediencia, promovida después de que Gran Bretaña decidiera unilateralmente la entrada de la India en la II Guerra Mundial, no podía ser más contundente: "dejad la India".
En Oriente Medio, el nacionalismo árabe -que como vimos había recibido fuerte apoyo de los propios ingleses durante la guerra mundial, hasta provocar la rebelión de Hussein, el emir de La Meca y del Hijaz contra Turquía- rechazó la fórmula de "mandatos" de Francia (sobre Siria y Líbano) y Gran Bretaña (Transjordania, Iraq y Palestina) y consideró como una traición la declaración que en su carta privada a lord Rothschild de 2 de noviembre de 1917 había hecho el ministro de Asuntos Exteriores británico, Balfour, asegurando el compromiso británico para establecer un "hogar nacional judío" en Palestina. Hussein, que había utilizado el título de "rey de los países árabes", se negó a ratificar el tratado de Versalles. Graves disturbios -huelgas urbanas, guerrilla y terrorismo rural y urbano-, complicados por conflictos étnicos y religiosos entre las distintas comunidades de la zona, estallaron en Iraq (1920), Siria (1925-27) y Palestina (1929, 1936-39). En Iraq, Gran Bretaña optó por establecer un Estado independiente (1921) bajo el rey Feisal, después de que éste fuera expulsado por los franceses de Siria. Tras firmar una alianza militar por 25 años, ingleses e iraquíes negociaron la plena independencia en 1930. Francia, enfrentada a una rebelión de sirios drusos, tuvo que evacuar Damasco en 1925, pero al año siguiente retomó el control de la región, concedió una Constitución (1930) y ante la amplitud del movimiento nacionalista, prometió en 1936 la independencia (que, sin embargo, no llegó hasta 1944).
En Palestina, la inmigración judía, todavía demográficamente poco importante -en 1936 la población judía era de 385.000 personas, el 28 por 100 de la población del territorio-, en la medida que parecía reforzar la promesa implícita en la declaración Balfour, provocó enfrentamientos crecientes y graves, sobre todo en 1929, entre las comunidades judía y árabe, liderada por el Gran Mufti de Jerusalén Haj-Amin al-Husseini (1897-1974), y una primera rebelión árabe en 1935. La idea británica, implícita en la propia declaración Balfour y expuesta por primera vez en el informe que una comisión presidida por Lord Peel preparó en julio de 1937 a instancias del gobierno de Londres, de "partir" Palestina en dos Estados, uno árabe y otro judío reservándose Gran Bretaña el control de los Santos Lugares, fracasó por el rechazo de la comunidad árabe y de los sectores extremistas judíos, a pesar de contar con el apoyo de la principal organización sionista, la Agencia judía dirigida por Chaim Weizmann.
El mundo árabe conoció otra complicación adicional. Las ambiciones de Hussein, que en 1924 al producirse la abolición del califato en Turquía se había proclamado Califa, provocaron gran malestar entre los mismos árabes. Las tropas de Abd al-Haziz ibn Saud (1880-1953), el líder de Arabia, invadieron el Hijaz y en poco tiempo tomaron las ciudades de Jedda, Medina y La Meca (enero de 1926), provocando la abdicación y el exilio subsiguiente de Hussein; Ibn Saud constituyó en 1932 oficialmente el Reino de Arabia Saudita.
En Marruecos, la rebelión anticolonial contra España fue acaudillada por algunos líderes locales tradicionales. Abd-el Krim (1881-1963), jefe de las cabilas de las montañas del Rif, desencadenó a partir de 1921 una eficaz acción guerrillera contra España y contra Francia, que sólo pudo ser dominada en 1925-27 tras una acción militar sobre Alhucemas a gran escala de los ejércitos de ambos países, coordinada por el mariscal Pétain. Incluso así, el Alto Atlas no sería conquistado hasta 1934. En Libia, los italianos no consiguieron terminar con la resistencia de senusis y beduinos hasta 1932.
En otros puntos, la oposición colonial estuvo dirigida, como en la India, por partidos de masas inspirados por planteamientos ideológicos modernos, y se materializó a través de la acción política y de movilizaciones de la opinión, y no en acciones armadas y violentas. Precisamente, la gran inteligencia de Gandhi estuvo en que acertó a unir las ideas nacionalistas con los valores tradicionales del pueblo hindú (por eso que recurriera a símbolos tan característicos como el vestido hindú y la rueca) y con la espiritualidad del hinduísmo, por lo que hizo del Partido del Congreso, hasta entonces el partido de las elites occidentalizadas de la India, un partido de masas.
En Egipto, la agitación antibritánica, que dio lugar a amplios disturbios callejeros a partir de 1919, fue encabezada por el partido nacionalista Wafd (Delegación), nombre que hacía referencia a la delegación egipcia que, encabezada por Saad Zaghul, pidió a Gran Bretaña en 1918 el fin del protectorado. Gran Bretaña, como había hecho en Iraq y haría en Afghanistán, optó por establecer (1923) una monarquía constitucional, bajo el rey Fuad, el antiguo sultán, pero reteniendo el control de Suez y del Sudán: el Wafd ganó las elecciones de 1924 y dominó la política del país hasta la II Guerra Mundial (aunque las relaciones egipcio-británicas siguieron siendo problemáticas hasta que Gran Bretaña renunció al control militar y a Suez).
También en Túnez, la oposición anticolonial se extendió después de la I Guerra Mundial. El Partido Destour, principal exponente del nacionalismo tunecino, integrado por jóvenes tunecinos educados en Francia, se creó en 1920. Francia se limitó a crear (1922) un Gran Consejo puramente consultivo. En 1934, una escisión radical del Destour creó el Neo-Destour, dirigido por Habib Burgiba: los "neo-destourianos" organizaron una amplia oleada de huelgas y movilizaciones en 1937-38, muy duramente reprimidas por las autoridades francesas. En Argelia, donde la aparición del nacionalismo fue más lenta por la importancia numérica de la colonia francesa -unas 833.000 personas en 1926- y por la no existencia de una clase media ilustrada musulmana, Messali Hadj fundó en 1927, pero entre los trabajadores emigrantes en Francia, la primera organización anticolonialista, la Estrella Norteafricana, precedente del Partido Popular Argelino, de ideología nacionalista y comunista, que Messali Hadj creó ya en los años treinta. Los Ulemas tradicionalistas fueron promoviendo la idea de una patria musulmana basada en el Islam y la lengua árabe; otro sector de la población indígena, liderado por el diputado Ferhat Abbás, parecía inclinarse todavía por la asimilación a Francia. En Marruecos, finalmente, el "dari" beréber del gobierno francés de 16 de mayo de 1930 que sustraía las tribus beréberes a la jurisdicción musulmana, provocó la primera agitación de importancia de las juventudes urbanas nacionalistas, que vieron en la disposición un intento de dividir Marruecos: la agitación rebrotó después de 1934, bajo la dirección de un Bloque de Acción Nacional inspirado por el erudito islámico Allal alFassi (pero fue también duramente reprimido).
Con la excepción del África negra -y excepción relativa pues desde los años veinte aparecieron en Ghana, Nigeria, Kenya y otros puntos organizaciones y personalidades que reclamaban de Inglaterra, por lo general por vías amistosas y pacíficas, cambios constitucionales hacia el autogobierno-, el nacionalismo hizo del antiguo orden colonial un escenario de inestabilidad, insurrecciones, protestas y conflictos. En los años treinta, la crisis económica agudizó la rebelión anticolonial. A las ya mencionadas, se unieron ahora revueltas en Birmania, Ceilán, Indonesia -que ya había conocido una sublevación comunista en 1926- e Indochina, donde también comunistas y nacionalistas habían iniciado la oposición al dominio francés años antes: el joven Malraux había colaborado en 1925-26 con intelectuales de Saigón en la creación de distintos periódicos anticolonialistas.